domingo, 1 de noviembre de 2009

Y los ganadores son...

Hola estimables amigos.

Me place que este año el concurso haya sido por demás exitoso. Contamos con seis participantes y aunque son de notar las grandes ausencias como Joel y Mari-Nieves, pudimos deleitarnos con nuevos participantes. Debo decir que fue muy dificil para el jurado elegir a las ganadores de este año, pues todas fueron por demás magistrales. Sólo pude descalificar a una calaverita pues no cumplía con los requisitos básicos de la convocatoria.

En fin, estos son los resultados:

Primer lugar: Carlos M.
Segundo lugar: Guillermo S.
Tercer lugar: Claudia G.
Menciónes honoríficas: Balam H. y Adalberto V.

La ceremonia de premiación se llevará a cabo en la ciudad de México en fecha próxima (espero que esta vez sí sea próxima) los gastos de translado del líder supremo corren por cuenta de los ganadores (espero que hayan leído las letras chiquitas en la convocatoria) . El lugar de la premiación está por definirse. Los premios a los ganadores son los siguientes:

Primer lugar: El Aleph, de Jorge Luis Borges
Segundo Lugar: Ficciones, de Jorge Luis Borges.
Tercer lugar: Antología poética de Jorge Luis Borges
Menciones honoríficas: regalo sorpresa.

Creo que está por demás decirlo, pero son los libros favoritos del Tintero y salen directamente de su biblioteca personal. Sé que son algo modestos los premios, pero guardan un valor especial y muchas anéctodas. Estoy seguro que los ganadores compartirán el aprecio de su antiguo dueño.

Eso es todo por hoy. Den sus felicitaciones a los laureados y den su apoyo para seguir en años venideros con este tipo actividades lúdicas.

He aquí las calaveritas ganadoras:

Sin título, por Carlos M.

La parca muy sobria andaba
por los pasillos de la UNAM,
queriendo desconchabar
a dos que tres literatos,
de ésos que son ingratos.

Cuando topóse con Claudia
dijo: "por ésta empiezo,
ya que es culta y coqueta,
¡qué mejor comienzo!".

En el siguiente salón,
encontróse con Ramiro
y dijo: "quisiste huir,
pero de mis manos no pudiste,
ahora sí que te retiro".

Seguía contenta y alevosa,
consiguiendo de aquí y allá,
de paso a la "Bella airosa",
se llevó a Luis consigo,
uno más de los de acá.

De camino hacia el Norte de México
andaba buscando otros infantes
cuando se tropezó con Jair
y se lo llevó (los dos muy cantantes).

Aunque la Calaca es modesta,
no sabe nada de química
por eso le dijo a Joel:
yo te llevo pa' mi orquesta.

Algo le faltaba a la Flaca,
cuando pensó: "qué tontería,
que me faltan dos que no tengo:
Marinieves y Guillermo,
la primera por su abolengo,
el segundo por su algarabía".

Y aunque quiso muchos más,
ya estaba la Parca cansada,
así que quedó empacada,
con sus libros y sus huesos,
su sonrisa y lo demás.


Sin título, por Guillermo S.

A Arturo se lo llevó
la calaca analfabeta,
el coordinador con treta
de la muerte se escapó

Dicen que también se va
los lunes de la oficina,
canta en el metro y se afina,
ni de maestro gana más.

Yosahandi falleció
en ciudad de Guatemala,
Pues la muerte encontró mala
la novela que leyó.

La maestra le había dicho
que dizque sí era muy buena
pero con toda la pena
la calaca la mató.

Jaír encontró su muerte
Cuando llegó a Monterrey
Todos se lo hicieron güey
Pobre, tuvo mala suerte.

Decían que venía de Neza
En donde la raza abunda
y la muerte, nauseabunda,
lo liquidó con presteza.

Sufrió muerte dolorosa
Mi querido amigo Yeicko.
Murió justo como Keiko
La ballena tan famosa.

Ambos murieron ahogados:
La ballena en mar aciago,
el pobre Yeicko, de briago,
ahora los dos son llorados.

El que sufrió muerte adversa
Fue el pobre de Luis Manuel
Pues como al buen Juan Gabriel
Le rechina la reversa.

En Hidalgo ahora es velado
En Querétaro lo extrañan
Y sus profes lo regañan
Pues aun muerto es reprobado.


Para Rosario, por Claudia G.

Cuando la Muerte rondaba
Rosario se acobardaba,
A escribir se sentaba,
Y a esconderse jugaba.

Si en vez de letras tuviera
Una buena y fuerte vara
En vez de enviarle palabras
Una tunda le daría.

Lejos de Chiapas se iría
A esconderse de la Flaca
Así en Israel vivía
Con Gabriel su niño amado.

Segura de haberse librado
Tranquila su casa alumbraba
Mas la lámpara esperaba
Las señales de la Parca.

Una noche de descuido
Rosario confiada estaba
Mas si la hora es la indicada
No hay letra que la detenga.

Entre llantos, palabras y alushes
Nos quedamos sin Rosario
Que ahora cuenta sus cuentos
En algún lugar lejano.


Los fósiles del SUA, por Balam H.

Al inicio de semestre
treinta eran, bien armados.
Aumentó tantito el tueste
y a morir todos los pelados.

Grandes gentes estuvieron
Pero poco a poco se murieron.
He aquí la gran historia,
con explicación satisfactoria.

Don Galleto fue el primero,
extraño zombie catalán
que siempre reclamaba fuero
y de la controversia era imán

Acerca de él uno escribió,
un personaje distinguido.
Uno que el SUA no acabó,
y de la muerte es forajido.

Cardona Boldó Ramiro,
Su objetivo dio un gran giro
Cuando lo atacó la decepción
Y del SUA fue al panteón.

Solo pocos sobreviven,
contados seres con fortuna.
Mari Nieves es de ellos,
y se fue sin falta alguna.

Personaje más ilustre
En todo el siglo no ha de haber
Pues esta gran mujer lacustre
Medallas ganó por su saber.

Hay también una dentista
que para ahora ya salió.
Pasó materias como artista
y de ser fósil se libró.

Pero válgame que horror,
todavía no han matado
a ese monstruo del infierno
que nunca a nadie ha ayudado.

Bien saben de lo que habló,
pues hay un ser en la carrera
que aburre igual que el mismo diablo
y con exposición mata la fiera.

Pero hablemos de los moribundos,
que pocos de ellos no son.
A la UNAM van los inmundos,
disque a acabar con decisión.

Laksmi, Jairo y Balam
son solo algunos de ellos.
Parecen moros del islam
pues ocupan el SUA con desuellos.

Yeicko nos abandonó
pues por un tiempo no volvió.
Desde hace un rato se aparece
Y su fantasma crece y crece.

Yuri, Luis y muchos más
también rondan los pasillos.
Sus fantasmas van detrás
de la titulación como caudillos.

En estas aulas mejicanas
Todos se van rezagando
según que le echan muchas ganas
pero ero sí, siempre faltando.

A Carlos Fuentes, por Adalberto V.

Carlos Fuentes ha partido,
se le recuerda en verdad...
Y las cosas que él ha escrito,
las leí en mi mocedad...

Con "Aura", ! Como guste !
de su prosa y de su verso...
recuerdo que me asusté
del final... qué gran suspenso....

Si este verso no compite,
con las calaveras otras,
puede ser, que me desquite,
y te mande yo mas obras....

martes, 13 de octubre de 2009

Concurso de calaveritas 2009

El Tintero desde las tierras del norte los convoca a participar en el siempre aclamado y esperado concurso de calaveritas SUA cuyo tema este años es "Intelectuales del México independiente". Las reglas son las siguientes

1. Podrán participar todos los lectores y no lectores de este blog.
2. Los participantes deben enviar sus trabajos a más tardar el día 29 de Octubre de 2009
3. Se deberán enviar máximo tres calaveritas.
4. Los personajes utilizados para las calaveritas deberán ser intelectuales mexicanos que hayan vivido (o sigan viviendo) en los siglos XIX, XX y XXI.
5. Los premios para los primeros tres lugares son libros seleccionados de la biblioteca personal del Tintero cuyos títulos se mantienen en secreto. Adicionalmente los trabajos ganadores serán publicados en http://lucidez-insensata.blogspot.com/
6. Los resultados serán publicados en http://lucidez-insensata.blogspot.com/ el día 31 de Octubre de 2009.
7. La decisión del jurado será inapelable.
8. Lo no previsto en la presente convocatoria será resuelto por el H. jurado calificador.

¡Participen! No pierdan la oportunidad de mostrar al mundo sus cualidades literarias.

sábado, 25 de julio de 2009

Arena en mis zapatos

I

Entonces, Héctor levantó la mirada, se tocó la frente y continuó hablando —Resumiendo, ningún crimen queda impune. Aquel infeliz pagará con su sangre la infamia que cometió. El único deber de los deudos es rogar a Dios por el alma de Patricia y desasirse de cualquier ambición de venganza… Es todo y gracias por escucharme— Se aseguró de que el traje negro estuviera correctamente abotonado y que el nudo de la corbata gris permaneciera impecable. Llevó sus pasos hasta donde los padres lloraban. No dijo nada pero, como si fuera a su propia madre, besó el cabello de una afligida mujer que no escuchaba discursos condolientes ni percibía otra presencia que la de la amargura y las ganas de morir. El señor de la casa estrechó la mano extendida hacia él con un débil apretón. Tenía los ojos teñidos carmesí, las marcas de tiempo en el rostro más delineadas que nunca y con una voz carraspeante agradeció al joven el apoyo brindado.

II

Ambos permanecían callados en el automóvil. Su hermana maniobraba con pasividad y su perfil insatisfecho delataba una idea inquieta circulando en el ambiente que trató de disimular con una expresión burdamente casual. —¿Sabes si han encontrado al asesino?— Con tono irritado él res-pondió que de ser así no hubiera demorado en decírselo. No era extraño que Kira preguntara obviedades y tampoco lo era la hostilidad de Héctor hacia, lo que según él, eran las consecuencias menos graves del poco ingenio familiar.

—¿Dónde encontraron al cadáver? —Cuestionó ella después de unos minutos y ya sin el enfado que le provocaba la constante postura altanera de su hermano. —En la playa… en Cayo Sombrero —explicó—. Si necesitas más detalles, no te los puedo dar. No es mi costumbre importunar a los dolientes con observaciones morbosas.

—Sé que es algo difícil para ti e incomprensible para mí —observó Kira— pero creo que te estás culpando, y por lo mismo sufriendo, por algo que pudiera no ser tu culpa. Si el asesino estaba planeando el asesinato, como parece que lo hizo, entonces pudo ser esa noche o cualquier otra. Algún día tenía que estar sola. No podías acompañarla por siempre. Pudiste ir a ver a tus amigos al siguiente día o la siguiente semana y hubiera sucedido lo mismo… No se trataba de un asesino circunstancial.

—Pero… ¿Por qué alguien querría matarla? No lo entiendo.

III

Kira entró primero en la habitación, levantó la ropa que aún estaba húmeda la echó en un cesto y le dijo a su hermano —Acuéstate, descansa y no pienses más en ello. No lo merece. Además esa novia tuya jamás me gustó para ti —Héctor sorprendido miró a su hermana y ella se detuvo al ver esa expresión —¿Qué te pasa? ¿Por qué esa cara? ¿Qué te sorprende? —Ella se encogió de hombros y se inclinó al suelo. Ambos se miraron de nuevo y quizá, sincronizados, vieron el mismo objeto en el suelo —¿Por qué tienen tanta arena tus zapatos?

lunes, 20 de julio de 2009

Para conmover

La olimpiada internacional de física es para muchos insustanciales como yo, un sueño guajiro, para millones algo cuya existencia desconocían (o desconocen), para algunos cientos algo muy complicado y para un puñado de elegidos una realidad y un reto más que han librado con éxito.

Hoy me detengo a felicitar a dos personas de entre ese puñado de elegidos que consiguieron las primeras dos medallas para un país que jamás había conseguido ningún reconocimiento en tal competencia. México desde hace 18 años participa en dicho evento y aunque no puede culparse al decadente sistema embobativo nacional de la nula pesca de reconocimientos en disciplinas cognoscitivas, sí puede suplicársele que deje de comprar hummers y en verdad haga algo por elevar el nivel educativo nacional.

Los nombres de estos dos jóvenes están resonando quizá muy poco para mi gusto (o comparado con mi euforia), pues sé que estar colocado en una butaca compitiendo con otros jóvenes brillantes es una situación nada sencilla. David Hernández y Edgar Sánchez han conseguido lo que ningún otro mexicano había hecho y no merecen menos que el reconocimiento y la felicitación de cada uno de nosotros. No podemos decirles que estamos orgullosos, pues sería hacerlos menos. Nadie ha hecho nada por ellos ni ayudó a que consiguieran lo que hoy han logrado (con excepción de su familia, amigos y profesores). Afirmar que es un logro de la nación es un error y una ofensa para estos jóvenes que sólo merecen nuetra admiración. Su esfuerzo, su estudio, su dedicación, su esmero, sus capacidades sólo a ellos mismos pertenecen. Incluso la felicidad que deben sentir, nadie más la compartirá. ¿Puede haber algo más emocionante que el momento en que uno sabe? [Volpi: 2002, p 250]

Aunque los jóvenes Roberto Carlos Velázquez Nava y Eduardo Alva Avila no figuran en las felicitaciones de los medios yo les expongo mi más sincera admiración como colega. Estoy seguro que hablo por toda la comunidad del honorable CECyT Juan de Dios Bátiz (Voca 9) cuando les externo estas felicitaciones por su participación en la Olimpiada. Sin duda han hecho un buen papel y confirman como toda la vida que Voca 9 fue, es y seguirá siendo la escuela de nivel medio superior de mejor nivel educativo, además de ser la que más genera científicos, investigadores e ingenieros de primer nivel.

¡La técnica al servicio de la patria!

martes, 14 de julio de 2009

A tu memoria

He escrito quizá demasiado sobre desencuentros y despedidas; hoy podría escribir —como lo hizo Neruda— los versos más tristes, pero me declaro incapaz de hacer eso y tantas otras cosas. Hacer feliz a una persona que —erróneamente— decidió creer en mí, no es una de mis cualidades. Lamento haberle hecho perder el tiempo y lamento tener que lastimarla. No es sencillo para mí alejarme de todos esos sucesos gratos y terminar para siempre algo que disfruté demasiado. Lo sufrí también, no podré negarlo, pero eso ya lo he olvidado. Sólo recuerdo momentos donde la carne se hizo una o donde las risas eran espontáneas y era posible creer que el amor sí puede ser exagerado.

Publicaré continuación un poema que no teme parecer insustancial y falto de retórica, ya es bien conocida mi poca habilidad con la poesía. Lo publico con el único afán de recordar a quién compartió conmigo parte de su vida.


Recuerdo tu nombre,
Y me resulta caro,
Como esos poemas rojos
Alma y guerra en mi pecho.

Recuerdo tu nombre
y grito mis llantos
para que escuches
este cariño extraño

olvido tu nombre
y lo suspiro
comienzo a extrañar
y no me conozco

solo conozco tu nombre.

domingo, 7 de junio de 2009

Mutatis mutandis

Era un escritor arrogante, fatuo e inútil como todos los de su clase. Se jactaba de escribir historias magistrales y de ser un genio desdeñado. Muy pocos, o quizá nadie, ha leído una línea completa de Heriberto Paz.

 

Lo cierto es que un solo texto ocupó toda su vida. Lo inició cuando sus estudios universitarios concluían. ¿Era un cuento, una novela, un ensayo? Eso no tiene importancia, más vale que no la tenga. El escrito se hundió junto con un porta­folio en un río silencioso. Heriberto lo arrojó, desde un puente colgante. ¿Qué motivos tuvo? Los suficientes para darse cuenta de su incompetencia literaria. ¿Quién no haría lo mismo al ser tan estúpidamente perfeccionista?

 

La versión primitiva del texto la guardó con la vana ilusión de que un día fuera comparada con su versión ulterior para así demostrarse a sí mismo el poder de su genio creativo. Hizo una primera corrección pero la consideró demasiado insustancial así que dejó transcurrir casi dos meses sin ver una sola línea. Regresó lleno de ideas que incluyó en el nuevo escrito y en cuanto estuvo preparado releyó su creación. No quedó satisfecho. Eliminó palabras, líneas, párrafos enteros, pero siguió sintiéndose irrelevante. Una vez más se preparó y tomó tiempo para discernir con mayor claridad sus decadencias y cualidades. Cada noche, cada amanecer, cada momento bohemio, era pretexto perfecto para estudiar su obra y crear los elementos innovadores que lo habrían de llevar a la cima.

 

Pronto, las modificaciones, pasaron a ser fundamentales en su vida, se convir­tieron en su pasatiempo, en su segundo trabajo, en un deliro extático permanente. Había días en que agregaba un acento o quitaba una coma, pero había otros en que su creatividad léxica afloraba y se permitía cambiar casi todas las palabras por cultismos y tropos exóticos. En ocasiones, sólo se sentaba a ver el humo de un cigarro elevarse y a filosofar sobre la importancia de su literatura.

 

Fueron treinta y un años los necesarios para que el escritor viera colmada su obra. No sé cuantas hojas de papel, lápices, plumas, y lágrimas utilizó, pero al final quedó satisfecho. Se asombró por la elocuencia y sagacidad de cada palabra en la cons­trucción que era nada más suya. Sólo hacía falta una cosa. Comparar el texto definitivo con el primero. ¿Qué maravillas tendría sobre el texto original? ¿Cuánta supremacía habría conseguido con tantos años de esfuerzo? El resultado fue paralizante. Cada coma, cada punto, cada línea, cada palabra, eran exactamente iguales.

domingo, 17 de mayo de 2009

La muerte y los escritores (o Chau número tres)

Es terrible saber que las personas que admiras también son mortales y que su presencia ya no te alcanzará más. Por eso hoy que ha muerto Mario Benedetti hago un triste recuento de todas esas personas que admiro y pienso en lo que decía Sabines: ¡Qué costumbre tan salvaje esta de enterrar a los muertos!...

Cortazar murió el mismo año que nací, Borges dejó su ceguera terrena en 1986, Paz empezó a descansar en 1998, Sabines alcanzó a la tía Chofi en 1999, Elizondo partió en 2006 y ahora en 2009 vemos irse a Benedetti (hay muchos otros que no menciono pero que guardo en mi memoria). Y aunque todavía nos queda Fuentes, Gabo, Xirau, Bryce Echenique y muchos otros, pienso en lo doloroso que será verlos partir. ¿Qué será de la literatura latinoamericana sin todos ellos? ¿Qué nos queda de la generación del medio siglo? ¿Qué nos espera sin la generación del boom? Nos quedará el extasiante sabor a literatura hecha en América. Siempre los tendremos en nuestros libreros y en las abundantísimas citas que haremos.

No quiero sonar demasiado romántico o demasiado anclado a la literatura del siglo pasado, pero no veo en estos años sucesores de su talla. Ojalá el tiempo me silencie y ansío que así sea... Por el momento, no resisto esta sensación de vacío que siempre me provoca la muerte.

Adios Mario, quizá no fuiste el mejor poeta latinoamericano, quizá no fuiste el más reconocido, pero sabes bien que fuiste un suspiro en muchos, un consuelo en otros y en una cuantiosa suma fuiste las líneas impulsoras para adentrarse en el universo literario. Gracias por tus versos, por tus letras, por tu voz que supo gritar rebeldía.

domingo, 10 de mayo de 2009

Aviso importante

—Esto es serio. Por favor deja de bobear y escúchame —dijo ella y la sonrisa de Salvador, se desvaneció. Estaba consciente del diálogo venidero. Toda la noche intentó huir de él, pero la insistencia de Esperanza no dejaba resquicios de aire. Ahora ni las más simpáticas anécdotas, ni las canciones más románticas, evitarían la fractura. En el semblante de ambos los tímidos sentires no se desinhiben, el tenso instante parece doblar el tiempo, no así lo siente Salvador. Soñó, luchó, pero su pecado es anticiparse e intentar corregir el rumbo del barco sin timón. Hay pocas cosas capaces de sorprenderlo y ya puede escuchar las justificaciones de Esperanza. Puede anticipar el discurso, con las palabras precisas.


—Sé lo que me dirás. Lo he venido razonando desde hace tiempo. No puedo responderte nada, pero sí pedirte sólo una cosa —balbuceó Salvador. La mirada de ella tampoco exhibía desconcierto. Calló, sus ojos mutaron pasivos y él se enfrentó sin temor:


—No me lo digas hoy. Espera hasta mañana. Quiero llegar a mi casa y tomar el orgullo que escondí el mismo día que te conocí. Hoy no estoy preparado. Quizá jamás lo esté pero hoy, en definitiva, no es el momento.


—Quizá mañana sea demasiado tarde —dijo ella.


—No lo sé, pero hoy diría palabras ingratas.


—Sólo me demuestras tu cobardía.


—Nunca he dicho ser muy valiente —respondió Salvador y bajó la cabeza—. Cuando todavía éramos amigos te confesé mi temor ante las relaciones. Quise que esto fuera diferente, pero no pude… siempre termino en lo mismo… Te fallé…


—No lo hiciste. La culpa es de ambos por suponer que las cosas pueden cambiar.


— ¿Puedes esperar hasta mañana? Quiero ver al sol salir y disculparme por mis errores. Sólo entonces, podré escucharte.


— ¿Para qué postergar el suplicio? Con lo que hoy me dices, ya no podré decir nada mañana. ¿O es que quieres recurrir a una mejor táctica para escapar de nuevo?


—No.


— ¿Entonces? —preguntó ella un poco desesperada.


—Necesito serenarme, para escucharte y que ninguno de los dos salga más herido. Espero poder seguir siendo tu amigo.


— ¿Lo ves?, ya estamos siendo sinceros.


—Por favor, espera a mañana… La relación inició por ti, y también sé que tiene que terminar por tu culpa… No quiero reprochar nada pero todo ha sido a tu modo, espero poder controlar esto por lo menos.


—Es inútil, ya nos hemos dicho lo suficiente.


—¿Nos volveremos a ver algún día? —preguntó Salvador.


—Es mejor que no, por el bien de los dos.


— ¿Y si nos encontramos de nuevo?


—No podré verte a los ojos sin sentir impotencia —respondió Esperanza.


—Yo tampoco —dijo él.


—No hay nada que reprochar. Te agradezco tu tiempo, y tus intentos, pero no son suficientes para mí.


— ¿Hay algo que pueda hacer para remediarlo?


—No… El amor es un líquido que fluye entre dos corazones, entre dos almas. Aquí no sucedió así —dijo ella como para sí misma.


—Lo lamento. Te fallé.


—Yo también, pero no te preocupes, lo intentamos.


—Ya no hay más que decir. Despidámonos antes de lastimarnos más —concluyó Salvador.


—Hasta nunca.


—Adiós.


Un alma rota y un espíritu decaído. Ambos avanzan lerdos, en sentidos contrarios. El final de la calle es oscuro. Ya se iluminará cuando lleguen a él.


El llanto lo embarga, la humedad en las mejillas la invaden. Él teme levantar la mirada, ella dirige su frente al cielo. El orgullo va delante de Esperanza, la incertidumbre frente a Salvador. Uno llora el final de una relación que lo desenterró de la miseria, y la otra sufre un desengaño. El primero maldice la suerte, la última a su antiguo compañero. Los estragos de la relación fueron: un hombre creyéndose un juguete sólo por anticiparse a diálogos inexistentes; una mujer ya sin ilusión de encontrar a un hombre, al cual poderle decir sin ser interrumpida: Te amo.

viernes, 1 de mayo de 2009

Te siento cerca

 

Una noche obscura, Jouiae salió de la ciudad. Con ella, su destino. Veía el pavimento acelerarse y soñaba con la realidad. Ansiaba despertar y vivir en el mundo imaginario de él. Aquél donde con sólo mirar a la luna, sentiría la proximidad y cariño de su compañía, mas no el frío cristal en la mejilla.

sábado, 25 de abril de 2009

Escritores y adivinos

Frecuentemente la literatura supera cualquier límite imaginado e invade la poca soberanía que tiene ya la realidad. Recordaremos el trágico evento sucedido en Madrid, España, el 11 de marzo de 2004, que fue previsto por el célebre escritor portugués José Saramago en su libro Ensayo sobre la lucidez, publicado muy poco tiempo después del atentado en el metro de Madrid. El libro también habla de una manifestación poco usual y bastante acertada de los habitantes de una ciudad sin nombre respecto a su derecho al voto. Quien pueda leer el libro hágalo antes de las próximas elecciones federales y si coincide en algo, intente emular ese comportamiento. Estoy totalmente convencido que no hay mejor manera de hacer uso de esa cosa terrible llamada democracia.


Otro caso que me viene a la memoria es el de Jorge Volpi cuya novela La paz de los sepulcros profetiza de cierta manera el asesinato de Luis Donaldo Colosio aunque al igual que Ensayo sobre la lucidez fue publicado con posteridad al evento. No obstante ambos escritores afirman haber imaginado y escrito esos eventos antes de ocurrir. Para leer al respecto lean el artículo en http://www.cronica.com.mx/nota.php?id_nota=305746


Queremos ser escritores pero nos convertimos en profetas, afirmó el gran Carlos Fuentes al hablar de su novela La voluntad y la fortuna. En dicha novela Fuentes retrata la violencia en México causada por el narcotráfico y en ella se presenta un personaje decapitado, cuya realidad no está nada lejos de lo que sucede hoy en México.


De momento no recuerdo alguna otra referencia de escritores y adivinos pero estoy seguro que existen demasiados ejemplos por ahí.


En mi caso tengo un cuento que llevo un par de meses construyendo y que casualmente habla de una enfermedad misteriosa. Encuentro algunos símiles entre mi narración y los hechos actuales en la epidemia por la que atraviesan poblaciones mexicanas y del país vecino del norte. Describo una enfermedad que se convertirá en epidemia gracias a un irresponsable que decide propagarla… ¡Error! ya conté el final… Quién desee leerlo notará que el final es un elemento previsto a lo largo de la lectura y que lo esencial del cuento son sus referencias a los mitos prehispánicos y que a diferencia de la influenza porcina la enfermedad que imaginé es más noble. Cuando esté terminado y corregido lo publicaré en este blog no sin una pena profunda pues en verdad jamás hubiera deseado que sucediera algo así. Será un homenaje a los que han caído y a los que quizá perezcamos mientras se termina con la epidemia.


Por fin terminó

El día que terminó la guerra me levanté muy inquieto y hastiado con el sabor del plomo en el corazón. Quise encender el televisor con el desesperanzado anhelo de ver la noticia que nunca se transmitió. No había energía eléctrica. Me enfurecí. Arrojé todos los aparatos por la ventana. Ni siquiera el más pequeño cable quedó en el departamento. Agotado, me dejé caer sobre el raído sillón de la sala. Noté un frío silencio detrás de las ventanas. Casi por instinto, empecé a llorar y caminé fuera del edificio. Sólo me importó salir, ver de frente las grises nubes, ensordecer el silencio, caminar igual que todos.


Sólo un hombre estaba en la otra acera. Nos miramos con la misma pesadumbre y caminamos hacia el mismo rumbo. No tardé mucho en encontrar a más personas que también iban desnudas dirigiéndose a la nada.


Los edificios, el sol, el cielo, la tierra, tenían el mismo rostro apagado desde que empezó todo. Nada cambió. Ni siquiera mis pies secos, ni siquiera las grietas del pavimento. La guerra detuvo el curso de la vida.


Se abolió el pudor. Las calles arrojaban muy lentamente miles y miles de personas en las mismas circunstancias que yo. La ciudad estaba abarrotada, no obstante, en un orden pulcro.


Los más viejos se apoyaban en los robustos, los que aún no caminaban, iban en los brazos de sus incansables madres. Los jóvenes viajaban en parejas o en grupos de amigos. Los pares de ojos, los que eran sólo uno, y los que eran ciegos, estaban dirigidos al mismo punto en el horizonte.


No noté, sino hasta cuando me tomó de la mano, que Jouiae estaba a mi derecha. Con la mirada inexpresiva nos saludamos. No dijimos nada y caminamos juntos. A lo largo del trayecto, admirábamos con nostalgia las construcciones monumentales anteriores a la guerra, pero en seguida, volvíamos el rostro al vacío.


De repente, alguien en voz baja, empezó a cantar el himno nacional. Con euforia, las pupilas hinchadas de nacionalismo y el pecho erguido, lo imitamos todos. Después, el aplastante júbilo cesó. Las bocas se cerraron por siempre. El peregrinaje se extendió hasta el límite absurdo del tiempo. No sé, con certeza, cuántas horas, cuántos días, cuántas noches, ha durado, pero veo lejano su final. Lo que sí sé, es que hace unos días, Jouiae por fin habló, con su voz tan aspirada y tan lánguida, para decir:

—Estoy cansada.


—Yo también —Le dije.


—La guerra terminó.


—No lo sé.


—Es mejor así. La ignorancia es una bendición.


—Quizá…

domingo, 22 de marzo de 2009

En contra de la libertad

Puede leerse en los periódicos una gran noticia: Seré ejecutado hoy. No debería sorprender a nadie. A mi no me sorprende. Este atropello a mi libertad lo intuí desde el momento en que tuve el arma en la mano y pude transmitir todo el odio a esa carroña metálica... Ofenderlos no fue suficiente. Las palabras nunca son suficientes. El llanto tampoco lo fue. ¿Cómo podría esa perra y ese desgraciado comprender lo que yo sufriría? ¿Había otra manera de vengarme de su infamia? Pude seguir las reglas de este insensato mundo pero elegí no hacerlo. Decidí no ser como ellos. Empuñé un arma que acaso no habría sabido utilizar para así justificar que el estado me asesinara.

Yo no tengo ninguna culpa y no me arrepiento. No soy un monstruo como todos estarán pensando hoy. En algún momento la sociedad aceptó que todos tenían derecho a portar un arma y en ello no tengo responsabilidad. Yo hubiese preferido garantizar alimento y vida digna para todos en lugar de costosas campañas armamentistas. ¿Cual fue el sentido de estar en contra y expresarme? La gran mayoría estaba hambrienta de tomar la justicia en sus propias manos y a nadie le importó lo que yo pensaba al respecto. Fui tachado de derechista o de fanático religioso.

Me sorprendí que de pronto fuera legalmente permisible asesinar. Lo admito, fue ridículo de mi parte no entender sus ansias de violencia. Fui insensato y estúpido al acongojar mi espíritu cuando se promulgó aquella ley. Aquella asquerosa ley alimento de mi pecado. Maldito el niño, el padre y el dulce encanto femenil. Malditos quienes se dejaron seducir por la retórica política.

Hoy más que nunca me rebelo contra esa declaración de libertad. Me opongo a su absurda ley que castiga quienes no ejercen su libre derecho a asesinar. Y acepto que me castiguen por no oprimir un gatillo. Supongo tendrán buenas razones para hacerlo. Yo tuve las mías cuando elegí mis ideales antes que dejarme persuadir por el odio. Lo que ella y él me hicieron ya lo olvidé. Pudo ser algo insignificante, o demasiado grave. Eso ya no tiene importancia. Quizá ni siquiera los conocía o tal vez no era mi ofensa. En cualquier caso, bastó ver sus rostros y saber que algún día les pesará haberme asesinado. No me estoy refiriendo a ella y él... Ni siquiera los recuerdo. Me refiero a todos los él y a todas las ellas que se conforman.

Esperar la hora de la muerte... No hay otro remedio. Hoy escucho sus maldiciones y percibo su beneplácito. En algún mañana lejano, ellos escucharán con esos mismos oídos necios mi voz retumbar y decir: No, no los asesiné...

martes, 17 de febrero de 2009

El hormiguito y su flor

El hormiguito y su flor

Guito era una hormiga obrera y de no ser por su gran tamaño, su valerosa templanza, conjugada de una admirable tenacidad y un desmedido idealismo, hubiera sido una como cualquier otra; pero todos sabemos que las leyes de la naturaleza, no son las del orden perfecto y de la aburrida homogeneidad, sino precisamente, todo lo contrario. Es decir, la única ley universal e inalterable, es la del caos y de los hechos extraordinarios. Tan es así, que Guito es una excepción muy común, y de tan común, es asombrosa.

Una de las teorías de los sabios ancianos de la comunidad, y quizá la más aceptada, era que Guito, cuando aún era larva, recibió accidentalmente una porción de alimento para hormigas reina, provocándole un crecimiento veloz, similar al de una hormiga de la realeza. Otro supuesto, sobre la fisonomía de Guito, era en forma exacta, lo contrario: Guito estaba destinado a ser una hormiga reina, y que por error, no recibió el alimento adecuado, impidiéndole así, el pleno desarrollo.

Haya sido la primera, la segunda o cualquier otra disparatada idea hormiguil la cierta, ya no es relevante. Lo que sí importa es que siendo demasiado pequeña para ser reina, lo suficiente estéril para ser zángano, y lo suficiente torpe para ser soldado, se decidió asignarle las simples tareas de una hormiga obrera.

La jornada primaveral fue ejemplar sin ninguna duda. La cosecha mínima se recolectó en un abrir y cerrar de ojos. No se reportaron hormigas accidentadas, ni muertas. El clima, los predadores y el mar, se mantuvieron pasivos, pero con radiante alegría. Al menos, en un millón de años no se presentaba un ambiente como ése, a juzgar, por los testimonios de la vieja tortuga. Nadie se atrevería a dudar de Tuga. Su amplia experiencia y lerdo caminar, inspiraba credibilidad en toda la región, por eso no faltó un solo animal la noche anunciada por la tortuga para el nacimiento de la Flor de los Mil Años. Hasta esos días, dicha flor, era considerada como un simple personaje mítico en las vastas leyendas de la selva. Acudieron los escépticos, los agnósticos, los cuatro patas, los cultos, los que no sabían hablar, los verdes, las hembras embarazadas, y hasta los teporochitos de la pulquería El Maguey, para ver el nacimiento imposible, ese 22 de Junio.

Las hormigas trabajaron ese día a marchas forzadas para poder asistir en la noche y ocupar lugares privilegiados.

Aunque nadie sabía la hora exacta del nacimiento de la flor, la multitud se empezó a agrupar en las faldas del peñasco y a orillas de la playa, en el irrepetible atardecer para cantar sones y tomarse unos tragos antes del ansiado evento.

Eso parecía una fiesta nacional. Tan sólo el barullo de las guacamayas y el cacaraquear de las gallinas, eran suficientes para inhibir el sonido de las olas. Los señores primates se peinaron y vistieron de gala. Los ratoncitos contaban chistes que nadie entendía. Brillaban las luciérnagas y alumbraban el baile con sus alegres movimientos. Unos gusanos cantaban las canciones de la banda de mosquitos. Nadie en toda la historia, había visto tal algarabía por un hecho que no pasaba de ser un simple supuesto.

Muy pronto, el sol se marchó y las estrellas hicieron de las suyas, dibujando en el cielo con sus sutiles estelas, cientos de figuras revueltas como en rompecabezas, para permitir a los románticos, tomar las adecuadas y construir la historia que les permita suspirar.

Un movimiento inusual en la tortuga puso a la asistencia en alerta. Muchos fueron los ojos que siguieron la mirada de Tuga hacia una diminuta prominencia en la peña. Hasta el mar guardó un respetuoso silencio en el acontecer. Pasaron los angustiosos segundos que parecían vidas enteras, mas no sucedía nada en la gran mole sólida. La temperatura se elevaba indeterminadamente. Algunos rostros se humedecían, no sé si con sudor o con la brisa traída por el céfiro de mar adentro.

Por fin, después de los meneos impacientes de algunos, se escuchó un golpe seco en la roca. Se esperaba, en primera instancia que la flor no fuera visible en una forma tan rauda, y, como suele ser costumbre en las flores, una morosa apertura del botón, o a lo más una ligera explosión del mismo, pero ni el más fantasioso animal, esperaba ver ni oír el inusitado estrépito.

Un silbidito tímido se escuchó por no más de cinco segundos, antes de que crujiera la roca con un clamor insondable. El jaguar, con su largo recorrido por la península, lo comparó años después, con el nacimiento del volcán Azcatepetl, más o menos por la misma peña o quizá en el mismo lugar, pero eso, el jaguar no podía saberlo.

Brincó el musgo sobre los embebidos rostros. Nadie le tomó mucha importancia, pues, los haces de colores que brincaban sobre la pequeña plantita eran absorbentes. Millones de chispas salían de la flor. Bailaban, volaban, en tenues espirales trazando incontables formas.

El botón explotó inesperadamente. Fue el fragor de mayor belleza que Guito escuchó jamás. Pensó en las sirenas que enamoran con su cantar, pero desechó la idea, por pensar que aquella Flor de los Mil Años, no era ni un poco comparable con tal estética.

Quedó mudo varios días recordando una y otra vez, el aura palpitante de la flor. Sus amigos le pedían que hablara, pero todo intento de llamar su atención fue, con justa razón, en vano.

Ninguna de sus compañeras obreras le reprochó, el abandonar los deberes de hormiga. Lo creyeron orate. Sí. Pero ¿quién podría juzgar sus acciones? Todos estaban de acuerdo que él no estaba hecho para las arduas tareas animales. Además, sabían que cuando se trata de idilios, ningún ser está autorizado para detener a cualquiera de las partes interesadas. Un simple silencio es el mayor apoyo moral, para el que se prepara a una excentricidad amorosa.

Los cachorros a menudo visitaban la peña, con el único objeto de mirar a Guito arrastrando piedritas de la playa. Y todo comenzó así.

Frenético, y sin ponerse a pensar demasiado, amontonó rocas, trocitos de madera, conchas, dientes de tiburón y todo lo que fuera un poco sólido iba a parar en la pequeña montaña de Guito.

El mar, compasivo, volcaba sobre la construcción y llenaba con arena los resquicios inalcanzables para Guito. Al poco tiempo, y antes de que terminara el verano, el montículo era tan alto como el largo de un quetzal; sin embargo, no bastaba. La flor estaba más o menos a la altura de los cocos o quizá tan alta como el cielo. Para una hormiga es difícil saberlo.

Casi todos los habitantes de la playa podían ver a Guito sobre su roca artificial. Era en verdad inspirador para algunos. Era una obra de arte para otros. Era un orgullo de fuerza para las hormigas. Era cómico y curioso para los simios. Fue cuestión de perspectivas, pero a todos les daba gusto observar a la hormiga subir y bajar cientos o miles de veces al día. ¿Era o no escena romántica?

Con el permiso del viento, la flor, se balanceaba hacia el abismo que cada vez se le hacía más pequeño, no así, cuando pensaba en lo perverso del tiempo que la hacía suponer que su juventud terminaría para cuando Guito llegara hasta ella.

Nadie entiende cómo la hormiga logró sobrevivir a su precaria vida. No comía sino encontraba algo por casualidad en su camino. Nada lo desviaba. Dormía, sólo después de pelear arduamente con el cansancio y ser vencido. Cualquier sitio era adecuado.

Por supuesto, la vida no lo mutiló, ni en ese, ni en ningún otro instante de peligro por el que atravesó el querido Guito. Le autorizó largas jornadas diarias expuesto al ardiente sol. Lo bendijo de vez en cuando con lloviznas. Le hizo alegres las tardes y ocasos con la música del viento por entre las rocas. El mar lo abrazó en las noches de luna llena. Los grillos le cantaban sones de esperanza. Los árboles crujían recordándole que nada es demasiado fuerte ni demasiado débil. Quizá hasta las piedras se hacían livianas cuando Guito las levantaba.

Por su parte, la flor era consolada por los albatros que la rodean con sus elegantes vuelos. Los barcos, desde lo lejos, emitían graves sonidos en homenaje a su amor. Las nubes se amontonaban unas sobre otras, desesperadas por verla y admirarla, pero claro, siempre teniendo cuidado de que sus lágrimas de ternura, no le dañaran los sedosos pétalos. Las estrellas procuraban no brillar demasiado, para no opacarla, aunque en verdad, no tenía mucho caso, pues nadie hubiese sido capaz de admirar otra cosa en esa playa, que no fuera la pulcritud y el esmero con que natura creó a la Flor de los Mil Años.

La luz de luna, ese año fue decadente en toda la región. Los que no sabían de la existencia de la flor, pensaban que la luna estaba triste y que el conejo agonizaba en su corazón. Si tan sólo hubiesen escuchado de tal ser, hubieran comprendido de inmediato, el porqué la luna enfocaba toda su atención en reflejar los rayos blanquizcos sobre el mar que a su vez, los enfocaba sobre el peñasco, para que Guito no perdiera de vista ni un segundo su meta.

El invierno se acercaba y el nerviosismo era algo constante en las acciones de los animales, que sabían de la grandeza de ese amor. Muchos fingían no darse cuenta que llevaban rocas y las dejaban en las faldas del montículo artificial. Otros, sin el menor estupor, subían los pedazos de mundo que encontraban por ahí.

La flor se afligía y casi no podía dormir. Se la pasaba dando vueltas sobre el musgo que sería su lecho matrimonial. Se la pasaba ensortijando sus hojas, pero se magullaba sin darse cuenta. Por las mañanas despertaba con el primer rayo de luz y cantaba canciones enamoradas. Tomaba las gotitas de brisa que se rezagaban y se humectaba el tallo. Cuando alguna partícula de polen se movía de su lugar, la acomodaba meticulosa. Siempre estaba al pendiente de que su pistilo estuviese limpio y de que el candente colorido de su interior no dejara de brillar, sino hasta que llegara su hormiguito. Mientras hacía todo esto, ella, solía sonreír coqueta, como la mujer que sueña y ansía.

Diciembre llegó despiadado. Vino a cubrir todo con las peores condiciones. Guito se dio cuenta pero no le dio importancia. Ya sólo le hacía falta un par de centímetros para alcanzar la protuberancia de la roca en la que estaba la flor. Pensó que quizá ese mismo día terminaría su proyecto. Pero la noche lo venció estando a una sola conchita de distancia. Cayó agotada y sin aliento, sobre la cima de su edificio. Un suspiro general, respetaba su descanso. La conclusión, era inminente. Todos podían reposar con tranquilidad, pues estaban seguros que al amanecer Guito haría lo suyo.

En la mañana, un par de esos primates con piel artificial llegó a la playa. Uno se alejó corriendo del otro, al parecer el macho, y luego regresó, también corriendo y le dijo al otro:

—Toma Gabriela. Me subí a aquel hormiguero y corté esta flor del peñasco. La corté para salvarla. Salvarla de una muerte inútil y sin amor.




Monterrey, Guadalajara y DF.
A esas ciudades y sus mujeres.

lunes, 16 de febrero de 2009

Visión no occidental del tiempo

Muy pronto, la predicción del futuro se hizo tan precisa que a las personas les pareció imprescindible memorizar por adelantado, cada reflexión futura, cada error, cada decisión importante, cada sonrisa… Las personas fueron olvidando eventos importantes como los nacimientos de sus hijos o las muertes de sus padres. Nadie pudo ya recordar el pasado. Entonces la gente empezó a caminar hacia atrás y se inventó el misterioso arte de adivinar el pasado.

¿Qué hay para empezar?

Para empezar quiero agradecer a Brisinea por convencerme de hacer algo que tenía muchas ganas de hacer pero que no hacía por imprácticos prejuicios... También quiero agradecer al amable lector cuyo tiempo es desperdiciado en esta página, por sus severas críticas (las espero vehemente)... En fin, no soy muy bueno con el discurso y palabrerías sosas, sólo espero que en algún lugar del planeta gusten mis ideas y propuestas literarias, pero si no es así, lo tomaré como un cumplido.