domingo, 22 de marzo de 2009

En contra de la libertad

Puede leerse en los periódicos una gran noticia: Seré ejecutado hoy. No debería sorprender a nadie. A mi no me sorprende. Este atropello a mi libertad lo intuí desde el momento en que tuve el arma en la mano y pude transmitir todo el odio a esa carroña metálica... Ofenderlos no fue suficiente. Las palabras nunca son suficientes. El llanto tampoco lo fue. ¿Cómo podría esa perra y ese desgraciado comprender lo que yo sufriría? ¿Había otra manera de vengarme de su infamia? Pude seguir las reglas de este insensato mundo pero elegí no hacerlo. Decidí no ser como ellos. Empuñé un arma que acaso no habría sabido utilizar para así justificar que el estado me asesinara.

Yo no tengo ninguna culpa y no me arrepiento. No soy un monstruo como todos estarán pensando hoy. En algún momento la sociedad aceptó que todos tenían derecho a portar un arma y en ello no tengo responsabilidad. Yo hubiese preferido garantizar alimento y vida digna para todos en lugar de costosas campañas armamentistas. ¿Cual fue el sentido de estar en contra y expresarme? La gran mayoría estaba hambrienta de tomar la justicia en sus propias manos y a nadie le importó lo que yo pensaba al respecto. Fui tachado de derechista o de fanático religioso.

Me sorprendí que de pronto fuera legalmente permisible asesinar. Lo admito, fue ridículo de mi parte no entender sus ansias de violencia. Fui insensato y estúpido al acongojar mi espíritu cuando se promulgó aquella ley. Aquella asquerosa ley alimento de mi pecado. Maldito el niño, el padre y el dulce encanto femenil. Malditos quienes se dejaron seducir por la retórica política.

Hoy más que nunca me rebelo contra esa declaración de libertad. Me opongo a su absurda ley que castiga quienes no ejercen su libre derecho a asesinar. Y acepto que me castiguen por no oprimir un gatillo. Supongo tendrán buenas razones para hacerlo. Yo tuve las mías cuando elegí mis ideales antes que dejarme persuadir por el odio. Lo que ella y él me hicieron ya lo olvidé. Pudo ser algo insignificante, o demasiado grave. Eso ya no tiene importancia. Quizá ni siquiera los conocía o tal vez no era mi ofensa. En cualquier caso, bastó ver sus rostros y saber que algún día les pesará haberme asesinado. No me estoy refiriendo a ella y él... Ni siquiera los recuerdo. Me refiero a todos los él y a todas las ellas que se conforman.

Esperar la hora de la muerte... No hay otro remedio. Hoy escucho sus maldiciones y percibo su beneplácito. En algún mañana lejano, ellos escucharán con esos mismos oídos necios mi voz retumbar y decir: No, no los asesiné...

1 comentario:

  1. y asi pasa... ¿debería tomarse como asesinato cuando te rompen el "corazón" y todas las entreñas? el mundo estaría completamente arrestado y pudriendose en una carcel!!!
    Tintero,tengo una petición para ti: NO DEJES DE ESCRIBIR! me encanta leerte!

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