sábado, 25 de julio de 2009

Arena en mis zapatos

I

Entonces, Héctor levantó la mirada, se tocó la frente y continuó hablando —Resumiendo, ningún crimen queda impune. Aquel infeliz pagará con su sangre la infamia que cometió. El único deber de los deudos es rogar a Dios por el alma de Patricia y desasirse de cualquier ambición de venganza… Es todo y gracias por escucharme— Se aseguró de que el traje negro estuviera correctamente abotonado y que el nudo de la corbata gris permaneciera impecable. Llevó sus pasos hasta donde los padres lloraban. No dijo nada pero, como si fuera a su propia madre, besó el cabello de una afligida mujer que no escuchaba discursos condolientes ni percibía otra presencia que la de la amargura y las ganas de morir. El señor de la casa estrechó la mano extendida hacia él con un débil apretón. Tenía los ojos teñidos carmesí, las marcas de tiempo en el rostro más delineadas que nunca y con una voz carraspeante agradeció al joven el apoyo brindado.

II

Ambos permanecían callados en el automóvil. Su hermana maniobraba con pasividad y su perfil insatisfecho delataba una idea inquieta circulando en el ambiente que trató de disimular con una expresión burdamente casual. —¿Sabes si han encontrado al asesino?— Con tono irritado él res-pondió que de ser así no hubiera demorado en decírselo. No era extraño que Kira preguntara obviedades y tampoco lo era la hostilidad de Héctor hacia, lo que según él, eran las consecuencias menos graves del poco ingenio familiar.

—¿Dónde encontraron al cadáver? —Cuestionó ella después de unos minutos y ya sin el enfado que le provocaba la constante postura altanera de su hermano. —En la playa… en Cayo Sombrero —explicó—. Si necesitas más detalles, no te los puedo dar. No es mi costumbre importunar a los dolientes con observaciones morbosas.

—Sé que es algo difícil para ti e incomprensible para mí —observó Kira— pero creo que te estás culpando, y por lo mismo sufriendo, por algo que pudiera no ser tu culpa. Si el asesino estaba planeando el asesinato, como parece que lo hizo, entonces pudo ser esa noche o cualquier otra. Algún día tenía que estar sola. No podías acompañarla por siempre. Pudiste ir a ver a tus amigos al siguiente día o la siguiente semana y hubiera sucedido lo mismo… No se trataba de un asesino circunstancial.

—Pero… ¿Por qué alguien querría matarla? No lo entiendo.

III

Kira entró primero en la habitación, levantó la ropa que aún estaba húmeda la echó en un cesto y le dijo a su hermano —Acuéstate, descansa y no pienses más en ello. No lo merece. Además esa novia tuya jamás me gustó para ti —Héctor sorprendido miró a su hermana y ella se detuvo al ver esa expresión —¿Qué te pasa? ¿Por qué esa cara? ¿Qué te sorprende? —Ella se encogió de hombros y se inclinó al suelo. Ambos se miraron de nuevo y quizá, sincronizados, vieron el mismo objeto en el suelo —¿Por qué tienen tanta arena tus zapatos?

lunes, 20 de julio de 2009

Para conmover

La olimpiada internacional de física es para muchos insustanciales como yo, un sueño guajiro, para millones algo cuya existencia desconocían (o desconocen), para algunos cientos algo muy complicado y para un puñado de elegidos una realidad y un reto más que han librado con éxito.

Hoy me detengo a felicitar a dos personas de entre ese puñado de elegidos que consiguieron las primeras dos medallas para un país que jamás había conseguido ningún reconocimiento en tal competencia. México desde hace 18 años participa en dicho evento y aunque no puede culparse al decadente sistema embobativo nacional de la nula pesca de reconocimientos en disciplinas cognoscitivas, sí puede suplicársele que deje de comprar hummers y en verdad haga algo por elevar el nivel educativo nacional.

Los nombres de estos dos jóvenes están resonando quizá muy poco para mi gusto (o comparado con mi euforia), pues sé que estar colocado en una butaca compitiendo con otros jóvenes brillantes es una situación nada sencilla. David Hernández y Edgar Sánchez han conseguido lo que ningún otro mexicano había hecho y no merecen menos que el reconocimiento y la felicitación de cada uno de nosotros. No podemos decirles que estamos orgullosos, pues sería hacerlos menos. Nadie ha hecho nada por ellos ni ayudó a que consiguieran lo que hoy han logrado (con excepción de su familia, amigos y profesores). Afirmar que es un logro de la nación es un error y una ofensa para estos jóvenes que sólo merecen nuetra admiración. Su esfuerzo, su estudio, su dedicación, su esmero, sus capacidades sólo a ellos mismos pertenecen. Incluso la felicidad que deben sentir, nadie más la compartirá. ¿Puede haber algo más emocionante que el momento en que uno sabe? [Volpi: 2002, p 250]

Aunque los jóvenes Roberto Carlos Velázquez Nava y Eduardo Alva Avila no figuran en las felicitaciones de los medios yo les expongo mi más sincera admiración como colega. Estoy seguro que hablo por toda la comunidad del honorable CECyT Juan de Dios Bátiz (Voca 9) cuando les externo estas felicitaciones por su participación en la Olimpiada. Sin duda han hecho un buen papel y confirman como toda la vida que Voca 9 fue, es y seguirá siendo la escuela de nivel medio superior de mejor nivel educativo, además de ser la que más genera científicos, investigadores e ingenieros de primer nivel.

¡La técnica al servicio de la patria!

martes, 14 de julio de 2009

A tu memoria

He escrito quizá demasiado sobre desencuentros y despedidas; hoy podría escribir —como lo hizo Neruda— los versos más tristes, pero me declaro incapaz de hacer eso y tantas otras cosas. Hacer feliz a una persona que —erróneamente— decidió creer en mí, no es una de mis cualidades. Lamento haberle hecho perder el tiempo y lamento tener que lastimarla. No es sencillo para mí alejarme de todos esos sucesos gratos y terminar para siempre algo que disfruté demasiado. Lo sufrí también, no podré negarlo, pero eso ya lo he olvidado. Sólo recuerdo momentos donde la carne se hizo una o donde las risas eran espontáneas y era posible creer que el amor sí puede ser exagerado.

Publicaré continuación un poema que no teme parecer insustancial y falto de retórica, ya es bien conocida mi poca habilidad con la poesía. Lo publico con el único afán de recordar a quién compartió conmigo parte de su vida.


Recuerdo tu nombre,
Y me resulta caro,
Como esos poemas rojos
Alma y guerra en mi pecho.

Recuerdo tu nombre
y grito mis llantos
para que escuches
este cariño extraño

olvido tu nombre
y lo suspiro
comienzo a extrañar
y no me conozco

solo conozco tu nombre.